Llevamos la biotecnología literalmente en los genes, en la transición del hábito nómada cazador-recolector a la vida en comunidad, aparecen ya indicios de actividades biotecnológicas y, aun así, no deja de sorprendernos con sus continuas innovaciones, casi más propias de la ciencia ficción. El espíritu revolucionario de aquellos avances anteriores a la creación del término —como la fermentación del pan, el queso o el vino— se ha mantenido intacto hasta hoy, más de 6.000 años después, justo cuando el ser humano se pregunta dónde estará el techo, si es que lo hay, de esta tecnología que podría llevarnos muy lejos el día de mañana.
Hoy, la
biotecnología moderna nos ayuda a combatir el hambre (producción alimentaria) y
las enfermedades (el desarrollo farmacéutico) o el tratamiento de residuos
contaminante (reducir nuestra huella ecológica), producir de forma más segura,
limpia y eficiente y ahorrar energía, cada vez tiene más aplicaciones en
nuestro día a día. Todo ello ha entusiasmado a mercados bursátiles como Wall
Street, donde la biotecnología fue uno
de los sectores más rentables del índice NASDAQ Composite en 2019.